Estaba
recostada en un inmenso árbol rodeada únicamente de la naturaleza, sus ojos los
mantenía cerrados, solo se escuchaba el sonido de los animales cercanos a ella,
los pájaros, las cigarras, incluso la brisa le arrullaba, le regalaba pequeñas
caricias al mecerle sus largos cabellos.
Ella soñaba
con su soledad, no era una princesa de cuentos de hadas, era sólo una mujer que
había detenido su camino para contemplar el paisaje y había quedado atrapada en un sueño profundo.
Aquel
bosque era inmenso y su soledad era aún mayor, la oscuridad empezó a recorrer
el cielo, ella se levanto súbitamente, limpio sus ropas, levanto su capucha, se
la puso y agarró fuertemente su canasta y recorrió el camino de siempre, dudó por un momento pero el sonido, la tierra, los árboles, el mismo viento le dijo
a donde debía seguir y que debía hacer, entonces sin dudar siguió los consejos
de entes aún mas sabias que ella y prosiguió su camino apresuradamente, sabía
que la oscuridad se acercaba y haría que se perdiera en ese laberinto que parecía
conocer muy bien, pero también sabía que la oscuridad todo lo deforma.
A lo lejos
vio una luz,
Estaba parado un hombre dando vueltas preocupadamente de un lado
a otro, en su mano llevaba una linterna, se rascaba la cabeza, veía hacia adentro
del bosque, cuando vio algo moverse no se asusto, en cambio se acerco
apresuradamente.
“Es Él” pensó ella.
Él la miro
con un gesto de preocupación, ella sabía que se había retrasado mucho, el
cansancio, la soledad, el silencio, todo aquello había hecho que se quedara
profundamente dormida, pero sabía que había despertado en el momento adecuado,
justo antes de que la oscuridad le invadiera y no lograra encontrar el camino.
Él la
abrazo, ella sonrió tiernamente.
Al final
del camino siempre supo que alguien la esperaba.
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